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“Hop Frog”, un relato de Edgar Allan Poe

El Bufón y la Verdad Desnuda

El texto argumenta que figuras como el bufón son esenciales, similar a la expresión «el rey va desnudo» del cuento de Hans Christian Andersen.

“¿Qué sería de los reyes y de los príncipes sin bufones? Les resultaría insoportable la gravedad de los negocios si no tuvieran quien, con la locura, endulzara las asperezas de la vida.”
(Elogio de la locura, cap. 38).

La expresión “el rey va desnudo” tiene su origen en el cuento El traje nuevo del emperador (1837) del escritor danés Hans Christian Andersen.

En la historia, unos estafadores convencen al emperador de que pueden tejer un traje mágico que solo las personas inteligentes y competentes pueden ver. En realidad, no hacen nada, pero como nadie quiere parecer tonto o incompetente, todos fingen admirar la ropa invisible. El emperador desfila “vestido” con su traje inexistente, hasta que un niño inocente grita: “¡Pero si el emperador va desnudo!”.

Con el tiempo, la frase se convirtió en una metáfora que seguimos usando hoy para señalar situaciones en las que una mentira, ilusión o engaño colectivo se mantiene porque nadie se atreve a decir la verdad evidente, hasta que alguien la expresa de manera clara y honesta. En este caso, la inocencia de un niño basta para revelar la auténtica verdad.

Algo similar ocurre con los bufones. En las cortes medievales y renacentistas existía la figura del bufón o loco. Era un personaje que entretenía con chistes, canciones, imitaciones o comentarios mordaces. Contaba con el beneplácito de su posición para burlarse del rey, la iglesia y los altos mandatarios de palacio, algo prohibido para cualquier otro cortesano. Su función no era solo divertir: también servía para exponer controversias y permitir la crítica en un entorno cerrado por estrictos protocolos, pues era el único capaz de ofrecer las verdades incómodas del reino disfrazadas de humor.

Se decía que el bufón, al no tener nada que perder (no aspiraba a cargos, ni tierras, ni títulos), era el único que podía “poner al monarca frente al espejo”. Y sí, puede que esta sea también una visión idílica del bufoneo, que operaba con frecuencia en la cuerda floja, pero en ella reside buena parte del sentido de su existencia.

tomas hijo poe

Poe y sus Monstruos, de Tomás Hijo

La idea del bufón como portador de la verdad aparece en varias tradiciones. En la literatura medieval y renacentista, un buen ejemplo es El rey Lear, la famosa obra de William Shakespeare en la que el bufón del rey es el personaje más lúcido: dice verdades crueles que nadie más se atreve a pronunciar.

En la tradición política medieval se entendía que el bufón cumplía una función casi institucional: el poder necesitaba una voz que le recordara sus límites. El concepto se relaciona con el de “loco sabio” (el fool), figura que aparece en ensayos y sermones: alguien considerado tonto por su apariencia, pero en realidad capaz de revelar verdades profundas, como ocurre con la carta del loco en el tarot. El bufón es capaz de abrir nuevos caminos en los que nadie se atreve a aventurarse.

Filósofos y pensadores como Erasmo de Róterdam, en su Elogio de la locura (1511), reflexionaron sobre la paradoja del “loco” que dice verdades que los cuerdos callan. Es por eso que la mayoría de los grandes pensadores de todo tiempo y lugar han considerado que el discurso de la locura y la comedia debe ser protegido por los propios gobernantes, por el pueblo y por las instituciones que los representan.

Y es que a nadie se le escapa que en ocasiones existen en las cortes entornos de adulación, autoritarismo y crueldad, en los que resulta difícil prosperar entre quienes adulan ciegamente o se benefician de los que se creen poderosos. Allí es donde el bufón ejerce como último bastión de la cordura, autorizado para señalar lo que otros callan. Porque su “verdad” se presenta en clave de comedia, frente a todo el mundo. Esto facilita que su voz sea escuchada sin que el rey lo castigue de inmediato. Eso sí, siempre hubo y siempre habrá bufones que se juegan el pan, incluso la vida, en su comedia.

El bufón, si ejerce adecuadamente su labor, sirve como reflejo de la conciencia crítica, para recordarnos que las jerarquías de poder manan siempre de la tolerancia y el consenso colectivo del pueblo hacia sus gobernantes. Ya lo decía el bufón del Rey Lear: “Me azotan por decir la verdad, me azotan por mentir y, a veces, me azotan por callar”.

Así pues, acomódense, amigos, en su rincón favorito, porque el bufón de nuestra historia de esta noche tiene algunas peculiaridades dignas de ser narradas. Apaguen las luces, enciendan una vela y prepárense para disfrutar de una de las historias clásicas del maestro Edgar Allan Poe. Con la voz invitada de George Parker, visitemos la corte del rey tirano y descubramos la verdadera historia de Hop-Frog.

Hop-Frog (originalmente titulado Hop-Frog; o los ocho orangutanes encadenados) es un cuento del escritor estadounidense Edgar Allan Poe, publicado por primera vez en 1849.

El análisis crítico suele señalar que la historia mantiene la tradición de los relatos de venganza del maestro Poe, en la línea de El barril de amontillado. Sin embargo, la elección de un personaje bufonesco abre también otras consideraciones sobre la capacidad y las herramientas de los débiles para confrontar el abuso de aquellos que utilizan el poder para oprimir al prójimo.

Y aunque Poe no dejó constancia de haberse inspirado en hechos reales, lo cierto es que existe un episodio histórico con notables paralelismos, conocido como el “Baile de los Ardientes”, en el que se refleja buena parte de la trama esencial de nuestro relato.

Corría el invierno de 1393 en París, cuando en el palacio real del Hôtel Saint-Pol la corte de Francia se preparaba para una velada de lujo. La reina Isabel de Baviera celebraba la boda de una de sus damas de compañía, y el rey Carlos VI quiso sorprender a todos con un espectáculo extravagante.

El monarca, ya conocido por sus arrebatos de locura, convenció a cinco cortesanos para disfrazarse de “hombres salvajes”, criaturas propias de los bosques. Para lograr esa apariencia, se pusieron trajes de lino impregnados en resina, cera y pelo de cáñamo, que se adherían como una segunda piel, dando a la comitiva un aspecto grotesco y estremecedor. El efecto era extravagante, casi monstruoso, pero el material resultaba tan inflamable que bastaba una chispa para convertirlo en antorcha.

La sala estaba llena de nobles y música. Los “salvajes” entraron haciendo gestos extraños, saltando y rugiendo, mientras los cortesanos reían. El ambiente era festivo… hasta que ocurrió lo impensable.

El duque de Orleans, hermano del rey, entró con una antorcha encendida. Tal vez por descuido, tal vez por juego, acercó la llama demasiado a uno de los disfraces. En un instante, el fuego se propagó con furia: los trajes ardieron como llamas vivas, envolviendo a los hombres en un infierno de fuego.

Los gritos de horror llenaron el salón. Los músicos dejaron caer sus instrumentos, los invitados huyeron despavoridos. Los cortesanos disfrazados, convertidos en antorchas humanas, se debatían en vano tratando de apagar las llamas. El hedor de la cera derretida y de la carne quemada impregnó la sala.

fuente original https://noviembrenocturno.es/hop-frog-un-relato-de-edgar-allan-poe/

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